….. y llega el
Miércoles Santo
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Cada
vez que el ángel de mis recuerdos me pone frente a frente con las Sagradas Imágenes del Cristo de la
Misericordia y María de la Soledad en cualquier calle de Baza, vuelvo a sentir
el inefable candor de una lejana madrugada bastetana, cuando Jesús me iba
abriendo con el arado de su Cruz, los surcos más profundos de mi alma, y su
Santísima Madre me conducía, a través de su Soledad, por los angostos caminos
terrenales.
Porque fue
allí, en mi Baza donde aprendí a ser vuestro nazareno, y es por eso que cada
Semana Santa volvéis a herirme en la memoria con la sombra de vuestra Misericordia y Soledad cuando os
contemplo en aquella imagen de mis sueños, penitente por las estrechas cañadas
de mi vida.
……..y los
recuerdos de este bastetano se agolpan en su corazón, sucediéndose al lento son
de los tambores y cornetas.
Qué pena,
Madre de la Soledad, que tristeza mi Señor de la Misericordia, cuando algún año
no puedo estar a vuestro lado, en la tarde noche del Miércoles Santo.
Recuerdo
cuando Paquita, mi hacendosa madre hizo mi primer hábito de penitente. No sería
ni el primero ni el último. Cuando crecía renovaba mi vestuario y, el siguiente
de mis hermanos, mi Miguel, me “heredaba”……y Paco, el tercero, seguía la
cadena.
En mi casa,
existía un baúl en el que toda la familia guardaba sus hábitos, y días antes de
la procesión de la Soledad, una tropa de primos y amigos pasaban a recoger sus
enseres, y otros, a ver si Paquita les proporcionaba alguno de los que quedaban
sin adjudicar.
Con qué
orgullo cruzábamos los tres hermanos la Plaza Mayor, bajo la paternal
protección de nuestro padre, Diego el de las Contribuciones. Con nuestras capas
al viento, bien repeinados, y los capuchones al brazo, girábamos por la esquina
de D. Emilio Castellano (de reojo mirábamos su escaparate repleto de “medias
noches” y “brazos de gitano”) para entrar por el Arco de la Magdalena
presurosos y “volando” hacia la sede religiosa de la Cofradía de nuestros
amores.
En la
Merced……..bueno, era nuestra segunda casa desde días antes del comienzo de la
Novena. Se iniciaba con el rezo del Santo Rosario; en mis recuerdos el sermón y
el canto de los Dolores de la Virgen. Entre los extraordinarios oradores que
ocuparon el púlpito, casi siempre pertenecientes a la Orden Franciscana, el
padre Pedro, de Orihuela. Su voz profunda a atemperada, locuaz y poético, nos
narraba la Pasión de Cristo con tal maestría que nos transportaba y hacía vivir
los distintos pasajes de su vida con emotiva devoción. Los Dolores de la
Virgen, interpretados por el coro y orquesta de D. José Bermad, sonaban a
gloria. De la garganta del tenor solista Eusebio Caparrós, surgían desde el
coro, los verso dedicados al sufrimiento de nuestra Excelsa Madre la Santísima
Virgen de la Soledad, con matices de piropos envueltos en el perfume del
incienso.
Durante muchos
años ejerció como vestidor de la Virgen un hombre. Flaco él, de nariz aguileña
y escaso pelo, usaba gafas con cristales redondos y patillas de alambre que
ajustaba a sus orejas con dos movimientos sincronizados de sus manos; gran
cocinero y excelente persona, los P.P. Franciscanos del Convento de la Merced
lo querían por su humanidad y buena disposición para con la comunidad
religiosa; tenía una peculiar forma de andar: siempre dando pasos cortos, unas
veces a ritmo lento, y otras, cuando le urgía, con inusitada rapidez; era una
personaje muy popular en Baza. Aquel hombre se llamaba Rogelio Meca Aragón. Vivía
en la calle de la Alhóndiga frente a la antigua posada, junto con sus hermanas,
solteras como él, que regentaban una tienda de compra, venta y tinte de lanas.
Pues bien,
Rogelio., el tío Rogelio como nosotros familiarmente le llamábamos por ser
primo segundo de mi padre, era un portento de delicadeza que demostraba al
preparar a la Virgen para sus salidas procesionales. Sabía conjugar el estilo
salzillesco de la Sagrada Imagen con las distintas prendas de su modesto ajuar.
A la mantilla blanca que cubría su cabeza le hacía graciosos pliegues que
realzaban, aún más, los delicados rasgos de su hermosa y afligida faz. Los
alfileres que utilizaba para este menester eran como pequeñas estrellas que
sujetaban el encaje que enmarcaba esa mirada hacia el cielo implorando a Dios
Padre por su Hijo en la Cruz y por nosotros sus pecadores hijos.
La Stma. Virgen de la Soledad vestida por Rogelio Meca Aragón. (Foto Caparrós).