viernes, 20 de noviembre de 2015

.....y llega el Miércoles Santo.

….. y llega el Miércoles Santo
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                Cada vez que el ángel de mis recuerdos me pone frente a frente  con las Sagradas Imágenes del Cristo de la Misericordia y María de la Soledad en cualquier calle de Baza, vuelvo a sentir el inefable candor de una lejana madrugada bastetana, cuando Jesús me iba abriendo con el arado de su Cruz, los surcos más profundos de mi alma, y su Santísima Madre me conducía, a través de su Soledad, por los angostos caminos terrenales.
Porque fue allí, en mi Baza donde aprendí a ser vuestro nazareno, y es por eso que cada Semana Santa volvéis a herirme en la memoria con la sombra  de vuestra Misericordia y Soledad cuando os contemplo en aquella imagen de mis sueños, penitente por las estrechas cañadas de mi vida.
……..y los recuerdos de este bastetano se agolpan en su corazón, sucediéndose al lento son de los tambores y cornetas.
Qué pena, Madre de la Soledad, que tristeza mi Señor de la Misericordia, cuando algún año no puedo estar a vuestro lado, en la tarde noche del Miércoles Santo.
Recuerdo cuando Paquita, mi hacendosa madre hizo mi primer hábito de penitente. No sería ni el primero ni el último. Cuando crecía renovaba mi vestuario y, el siguiente de mis hermanos, mi Miguel, me “heredaba”……y Paco, el tercero, seguía la cadena.
En mi casa, existía un baúl en el que toda la familia guardaba sus hábitos, y días antes de la procesión de la Soledad, una tropa de primos y amigos pasaban a recoger sus enseres, y otros, a ver si Paquita les proporcionaba alguno de los que quedaban sin adjudicar.
Con qué orgullo cruzábamos los tres hermanos la Plaza Mayor, bajo la paternal protección de nuestro padre, Diego el de las Contribuciones. Con nuestras capas al viento, bien repeinados, y los capuchones al brazo, girábamos por la esquina de D. Emilio Castellano (de reojo mirábamos su escaparate repleto de “medias noches” y “brazos de gitano”) para entrar por el Arco de la Magdalena presurosos y “volando” hacia la sede religiosa de la Cofradía de nuestros amores.
En la Merced……..bueno, era nuestra segunda casa desde días antes del comienzo de la Novena. Se iniciaba con el rezo del Santo Rosario; en mis recuerdos el sermón y el canto de los Dolores de la Virgen. Entre los extraordinarios oradores que ocuparon el púlpito, casi siempre pertenecientes a la Orden Franciscana, el padre Pedro, de Orihuela. Su voz profunda a atemperada, locuaz y poético, nos narraba la Pasión de Cristo con tal maestría que nos transportaba y hacía vivir los distintos pasajes de su vida con emotiva devoción. Los Dolores de la Virgen, interpretados por el coro y orquesta de D. José Bermad, sonaban a gloria. De la garganta del tenor solista Eusebio Caparrós, surgían desde el coro, los verso dedicados al sufrimiento de nuestra Excelsa Madre la Santísima Virgen de la Soledad, con matices de piropos envueltos en el perfume del incienso.
Durante muchos años ejerció como vestidor de la Virgen un hombre. Flaco él, de nariz aguileña y escaso pelo, usaba gafas con cristales redondos y patillas de alambre que ajustaba a sus orejas con dos movimientos sincronizados de sus manos; gran cocinero y excelente persona, los P.P. Franciscanos del Convento de la Merced lo querían por su humanidad y buena disposición para con la comunidad religiosa; tenía una peculiar forma de andar: siempre dando pasos cortos, unas veces a ritmo lento, y otras, cuando le urgía, con inusitada rapidez; era una personaje muy popular en Baza. Aquel hombre se llamaba Rogelio Meca Aragón. Vivía en la calle de la Alhóndiga frente a la antigua posada, junto con sus hermanas, solteras como él, que regentaban una tienda de compra, venta y tinte de lanas.

Pues bien, Rogelio., el tío Rogelio como nosotros familiarmente le llamábamos por ser primo segundo de mi padre, era un portento de delicadeza que demostraba al preparar a la Virgen para sus salidas procesionales. Sabía conjugar el estilo salzillesco de la Sagrada Imagen con las distintas prendas de su modesto ajuar. A la mantilla blanca que cubría su cabeza le hacía graciosos pliegues que realzaban, aún más, los delicados rasgos de su hermosa y afligida faz. Los alfileres que utilizaba para este menester eran como pequeñas estrellas que sujetaban el encaje que enmarcaba esa mirada hacia el cielo implorando a Dios Padre por su Hijo en la Cruz y por nosotros sus pecadores hijos.


La Stma. Virgen de la Soledad vestida por Rogelio Meca Aragón. (Foto Caparrós).

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